Pasábamos tanto tiempo juntos, recuerdo esas tardes después de la escuela que llegabas, te tirabas en tu cama y me abrazabas. Siempre me gustó más tu época de secundaria: pasabas más tiempo en casa y por lo tanto más cerca de mí; para cuando pasaste a prepa y decidiste ir a la escuela en otra cudad tenía que esperar más horas para verte y a veces incluso semanas enteras.
Recuerdo el día que llegué a tu casa, tú te encontrabas en la playa disfrutando tus vacaciones de Semana Santa y yo arribé a un cuarto recién pintado todo de blanco, me recibió tu mamá. A los dos días decoraron tu cuarto: pintaron las paredes con distintos colores que le quedaban al edredón nuevo que arribó conmigo, le dieron vida y magia a ese lugar tan especial para ti. Tengo tan grabada tu cara al entrar a tu recámara, no podías creer lo increíble que se veía y lo mucho que te había gustado. Nuestra amistad comenzó desde el primer momento en que me viste, yo te observaba desde que entraste y lo seguí haciendo mientras admirada recorrías con tus ojos cada rincón; al acercarte a la cama me tomaste, te acostaste boca arriba y me abrazaste: desde ese momento supe que seríamos grandes amigos, cómplices y compañeros de vida.
Pasamos un sin fin de noches juntos: con calor, con frío, cansados, sin poder dormir; las circunstancias nunca importaron, sólo éramos tú y yo compartiendo el sueño.
Siempre me sentía honrado cuando llegaban tus amigas y lo primero que hacían era acercarse a tu colección de cojines que me hacía compañía en la cama; tengo grabadas en mi mente tus palabras: “ese es mío, no lo toquen, es mi compañero de sueño”. Me apodaban chorizo, tubito, cojincito, entre otras cosas; mucha gente te preguntó por qué tanto el afecto a un cojín en forma de cilindro de tela azul con verde. Tu respuesta siempre era “porque me encanta dormir con él”.
Nuestra relación era perfecta, o por lo menos así lo creía yo. Te acompañé a diferentes partes y velaba tu sueño por las noches. Me abrazabas mientras dormías, cuando te recostabas o sentabas en tu cama a hacer diferentes actividades. Tengo guardadas lágrimas tuyas, risas, palabras, abrazos, caricias y un sin fin de recuerdos. Creía firmemente que nuestras vidas estarían unidas para siempre hasta que llegó la gran fecha esperada: todos los demás cojines y tus pertenencias morían de miedo por no saber a quien escogerías para acompañarte en tu nueva etapa y a quienes dejarías abandonados hasta vacaciones. Siempre me sentí seguro, pensaba que después de tantas cosas y una amistad tan sólida sería yo el primero en ser empacado para viajar contigo. Ni hablar, decidiste evolucionar y empezar una vida llena de nuevas aventuras, en esa evolución ya no estaba yo, buscaste independencia: querías dormir sola.
Al principio estuve muy triste, te extrañaba mucho y tu cuarto dejó de ser ese lugar cálido y lleno de cariño para convertirse en un lugar solo y oscuro. En las vacaciones la vida volvía a tu recámara y la alegría a todas tus pertenencias que dejaste; volvíamos a pasar tiempo juntos y sentía que mi vida era plena de nuevo. Cuando terminaron tus vacaciones y tuviste que volver a tu nuevo hogar creí que me llevarías esta vez, quizá la primera vez estabas agobiada con tantas cosas que tenías que llevarte; no sucedió así, te despediste y me dejaste en casa de tus papás.
Supe que ahora duermes con alguien más, un oso, alguien que te acompaña todas las noches en Guadalajara y que es tu nuevo cómplice, sé que a él tampoco lo prestas y que lo quieres mucho. La verdad, me da gusto, por lo que me han comentado eres feliz y te cuida muy bien; no puedo negar que primero me entristecí al saber que había sido desplazado pero después entendí: yo fui el primero, el que te acompañó dentro de tu crecimiento y pertenezco a tu mundo en Sonora y él es parte de tu vida en Jalisco.
Sabes que aquí te esperaré, cada vacaciones volveremos a pasar tiempo juntos, en verdad espero con ansias esos días.