Desde la universidad la India me parecía un país muy interesante pero demasiado lejos de mi realidad como para considerar pasar una temporada ahí. Por esto, mi interés sobre el país se limitaba al gusto por la comida india, el gusto por libros de ficción –sobre todo novelas– en el cual la historia estaba situada en ese país y el conocimiento escueto sobre su religión, tradiciones, sistema económico y político.
Cuando llegué a Londres mi exposición hacia la cultura india incrementó
muchísimo. Por primera vez compartí el salón de clases con alumnos provenientes
de ese país, escuché conversaciones en hindi, aprendí sobre las principales
diferencias culturales y probé muchos platillos que en México difícilmente
hubiera podido degustar. Después de los primeros meses de la maestría la idea
de visitar el país y/o la posibilidad de buscar un trabajo de verano en él empezaron
a parecerme una realidad viable, emocionante y cercana.
En febrero apliqué a un internship
en el área de responsabilidad social (RS) de una compañía india muy grande y
reconocida internacionalmente: Tata. Hasta el momento en el que mandé mi
currículum nunca me había interesado por el trabajo de RS; quien me conoce sabe
de sobra que soy completamente escéptica de las intenciones detrás de “ayudar a su comunidad” de las empresas y por lo general me había topado con
iniciativas que eran más pantalla que verdadero trabajo. Cuando vi la
convocatoria para este trabajo de verano me llamó la atención cómo Tata llevaba
a cabo sus proyectos y el hecho de que muchos proyectos fueran de desarrollo y
no de mera pantalla. La duda de saber cómo realmente en la práctica estos
proyectos se desarrollaban me trajeron a este país.
Aterricé en la India el 20 de junio a las 9:30 pm –hora local[1]– en la ciudad de Bombay. Llegué con los ojos muy abiertos y los sentidos
despiertos para absorber todo lo que mi capacidad neuronal y afectiva pudiera
procesar. Esperaba un shock cultural
como le pasó a muchos de mis amigos que me compartieron sus experiencias de su primer viaje a este país. Lo primero que noté fue que en el vuelo a Bombay había sólo 3
personas no indias: Latoya, mi
compañera de viaje quien viene en el mismo esquema que yo, un señor y yo.
Viajé con una backpack en la cual traía
1 pantalón de mezclilla -traía otro puesto junto con una camiseta y unos tenis-,
6 camisetas, 1 pijama, mi toalla de viaje y unas sandalias de plástico –nótese que vengo por dos meses y medio–; mi idea era comprar ropa
ligera, suelta y estilo indio. Cargué conmigo mi celular, un par de libros, mi
cámara, mi computadora –solamente porque la necesitaría para el internship–, una guía de Lonely Planet sobre la India y un cuaderno para escribir mis aventuras. Desde que llegué,
he intentado ser constante –he de confesar que pocas veces lo logro y que estoy
“trabajando” en mi disciplina– en escribir diario
en ese cuadernito sobre mi experiencia en este país. Según incremente mi
constancia y las anécdotas interesantes este blog será depositario de algunas
de las aventuras y/o reflexiones que me anime a compartir.
नमस्ते
[1] La diferencia horario con la casa de mis papás en el norte de México es de
12.5 horas, con Guadalajara 10.5 horas y con Londres 5.5 horas.
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