domingo, agosto 10, 2014

El chico del té no se sienta

De la serie de migrantes nepalíes

El área donde se encuentra ubicado mi cubículo tiene un ambiente de caricatura con personajes de carne y hueso. La transmisión es en hindi y no tiene subtítulos en inglés –mucho menos en español; su horario es de 8:30 am a 5 pm –en horario oficial– y cuenta con un break para comer de 30 minutos. La trama –o lo que entiendo de ella– va más o menos así: todos llegan a trabajar, se sientan, prenden sus computadoras y empieza la discusión. Gente de otros departamentos entra y sale todo el día, a veces observan lo que discuten, opinan y luego se van. Durante todo el día se escuchan gritos seguidos de carcajadas.

            Cuando no estoy muy ocupada me gusta observarlos, es muy gracioso verlos pelear. De vez en cuando, uno que otro desquehacerado como yo me traduce algunas frases o me da un update de la discusión. Con el tiempo he aprendido algunas palabras y a veces me es fácil adivinar cuál es el motivo de tanto alboroto. La mayoría de las veces, discuten por cosas infantiles o sin sentido.

            Hace unos días por la tarde los observé un rato y a los pocos minutos noté que Madan, el chico encargado de la cocina –y  por lo tanto el encargado de servir chai–, también los observaba recargado en un escritorio vacío a mi lado derecho. Cuando Madan notó que ahora yo lo observaba a él reírse del circo de en frente de nosotros, me sonrió y me hizo una seña para hacerme saber que los personajes de nuestra caricatura estaban locos.

            Unas horas antes Madan me había preguntado cómo iba mi intento de aprender hindi y me contaba que él aprendió en tres meses cuando alguien lo interrumpió para pedirle chai.  –Los indios toman té todo el día, en Nepal sólo tomamos té por la mañana – me dijo y se despidió. Cuando ambos observábamos a nuestros compañeros de trabajo discutir ya eran más de las 6 de la tarde. Muchos de los administrativos de las oficinas contiguas ya se habían ido a casa y la carga de trabajo de Madan había disminuido. El momento nos sirvió para retomar nuestra conversación de unas horas antes. El hindi y el nepalí son muy parecidos, ambos vienen del sánscrito y usan la escritura devanagari; sus diferencias radican en la pronunciación de algunas letras y algunas palabras. Por estas similitudes su proceso de aprendizaje fue mucho más rápido que el mío.

            Le mostré mi intento de escribir algunas vocales y me enseñó su pronunciación. Con su inglés cortado y mi hindi nulo comenzamos una conversación.



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Madan viste todos los días de pantalón y camisa blanca para venir a trabajar; su tez es morena clara y sus ojos café obscuros son pequeños y están protegidos por unas cejas gruesas. Madan camina todo el día por las diferentes áreas de la fábrica repartiendo chais, cafés y vasos de agua. Tiene 26 años, los cumplió el 29 de julio, 2 días después de mi cumpleaños. Hace 6 años que vive en Dewas, su idea de emigrar de su ciudad natal, Bajura -en el norte de Nepal-, surgió porque su abuelo había emigrado años atrás en búsqueda de un mejor empleo. Con él también partieron sus primos: Ghopal y Ganesh. En Bajura, aparte de las montañas y un lago, dejó a Durga, su esposa, y a sus dos hijos: Deepika, una niña de 2 años y Divind, un niño de 5. También se quedaron sus papás, dos hermanas y un hermano menor.

            Migrar para muchos jóvenes de Nepal es algo normal y "fácil": no necesitan papeles para pasar a la India y trabajar para ellos aquí es legal. Madan va a Nepal una vez al año; toma un mes de vacaciones y emprende un viaje en camión que tarda 3 días para llegar a su ciudad natal. Su último viaje fue en diciembre y, debido a la temperatura y la nieve, el último tramo del camino lo tuvo que hacer a pie porque no había paso para coches. Madan tiene 8 años de casado, vivió los primeros dos años en Nepal con su esposa y luego partió. En viajes pasados, tal y como el último, sus hijos fueron concebidos; ese mes que va a Nepal es el único tiempo que pasa con ellos.

            Cuando le pregunté porqué no se traía a su familia a vivir con él me contó que al principio, su esposa y él habían decidido intentarlo. Cuando Divind tenía apenas unos meses de edad, fue a Nepal y regresó a la India con Durga y el niño. Después de unos meses muy difíciles decidieron que era mejor que ellos regresaran a Nepal y que Madan los visitara una vez al año. Según Madan, el calor de Dewas no le hacía bien al niño y su esposa se sentía muy sola: no hablaba el idioma, no tenía familia, ni conocidos en la ciudad y él trabajaba prácticamente todo el día.

            Al escuchar su respuesta mi mente en automático formuló una pregunta y sin pensarlo mi boca la dejó salir. –Y ahora que los niños están un poco más grandes, ¿no crees que tu esposa podría trabajar también? – pregunté. Y con una sonrisa me contestó que su esposa se dedicaba al hogar y él trabaja para asegurarse que nada les faltara en casa. Para él, pensar que su esposa deje su casa durante muchas horas al día y aporte económicamente al hogar están fuera de discusión. La sonrisa con la que me contestó, un poco tímida, me hizo preguntarme cuál sería su opinión sobre las mujeres que trabajamos en el área los cubículos y cuál sería su opinión de las que están en la línea de producción.

            Las visitas anuales de 30 días y las llamadas telefónicas a diario son una forma de vida para Madan; cuenta que hace algunos meses la idea de regresar a Nepal y buscar trabajo allá es cada día más atractiva. Hace unos meses sus planes eran seguir así y cuando su hijo tuviera edad para trabajar traerlo con él para buscar mejores oportunidades; la niña se quedaría en Nepal, se casaría y se dedicaría a su hogar. Hoy, ese sueño parece haberse desvanecido: él extraña a su familia, aquí trabaja jornadas largas, descansa tan sólo los domingos y, aún así, su sueldo es bajo. Las oportunidades en su país quizá no sean mejores, pero tampoco son mucho peor y está dispuesto a asumir ese costo de oportunidad para ver crecer a sus hijos.



***



Nuestra charla de la tarde abarcó a su familia, su ciudad natal, sus sueños para el futuro y una lección de hindi.  Me enseñó a pedir agua, té o café; preguntar cómo estás y a contestar que muy bien. Mientras Madan me enseñaba hindi nuestros compañeros de oficina dejaron de discutir y apagaron sus computadoras. El día laboral había terminado ya. Nos despedimos todos, yo también guardé mis cosas y caminé de regreso a casa.

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