Dos mil nueve fue un año
decisivo en las decisiones académicas y profesionales que he tomado en los
últimos cinco años y no fue hasta hace unos meses que caí en cuenta de la
importancia e influencia que ese año tuvo en mi vida.
Cuando empecé a pensar en mi posible tema de tesis de maestría sabía de
entrada que mi interés estaba en el trabajo con jóvenes y las políticas
públicas que circundan a este segmento de la población; después de dos años de
trabajo de campo –no diré que los mejores
años de mi vida laboral porque sólo llevo 4 (de lleno) y sería patético hablar
de experiencia con ese número, pero sí fueron muy lindos– comprobé que en algún momento alguien tomó una decisión
muy certera cuando me ofreció el último cargo que desempeñé en un gobierno
municipal. Y no me refiero a buena decisión porque hice un buen trabajo –en ese respecto, que el que lo conozca o lo pueda
rastrear lo juzgue– sino a que me dio la
oportunidad de descubrir y reafirmar uno de mis grandes intereses y pasiones:
los jóvenes y su desarrollo.
Pero volvamos a 2009. No fue ese el año en el que empecé a trabajar con
jóvenes –ese fue 2011–; 2009 fue
el año en el cual comenzó la escalada de violencia en la Zona Metropolitana de
Guadalajara –o al menos así lo sentí
yo. Fue un año intenso,
difícil de sobrevivir y de muchas sensaciones que no había experimentado antes.
Me considero una persona exageradamente racional, capaz de prevenir los
quiebres emocionales y de tomar decisiones basadas en la lógica; ese año –y su abrupta
aparición en mi vida– me tomó completamente por sorpresa. La
primera vez que sentí la violencia cerca de mí me paralicé: estaba en un focus group en mi universidad y mi celular
no dejaba de vibrar; mientras nos hacían una pregunta revisé los mensajes de
textos y me alarmé. Habían tirado una granada a unas cuadras de mi lugar de
trabajo y de mi oficina querían checar que yo estuviera bien y advertirme que
no me acercara al lugar. La imagen en mi mente es un poco difusa después, me
disculpé con quien dirigía el focus group
y me salí a tomar aire.
Existen
muchas cosas que pasan en el mundo que me indignan, pero nunca había
experimentado una impotencia tan grande como la que ese tipo de noticias me
causan. El shock y mis reacciones
emocionales ante los sucesos que ocurrían cada vez con más frecuencia
eventualmente se estabilizaron y pasé por el horrible proceso de socialización[1] de
la violencia al que muchos de los que vivimos cerca de ella experimentamos. Después
de unos meses –y de incluir
cierta paranoia en mi vida diaria– dejé de
prestarle atención consciente al tema y mis reacciones ante él.
En 2011 el
trabajo con jóvenes se volvió el motor de muchas de las emociones que surgieron
en mí, muchos fines de semana y puentes[2] me
encontré trabajando por mero amor al arte, sin mucho descanso y sin sentirme
exhausta. Descubrí así, que –a pesar de
considerarme muy racional– la pasión
es un componente esencial del éxito de mis proyectos y es necesaria para que
algo capte completamente mi atención. En 2012 mi dinámica laboral dio un giro y
me encontré con la oportunidad de mezclar el trabajo con jóvenes con un tema
que me atemorizaba y me provocaba indignación; después de muchas reuniones –y de
insistir en pedir voz en espacios donde no me habían pedido que participara o
diera mi opinión– me gané un lugar en el equipo que trabajaría en la estrategia
de prevención del delito del municipio. Ese fue mi primer acercamiento con lo
que hasta hoy parece ser el área en la que me quiero desarrollar
profesionalmente: la prevención de la violencia entre jóvenes.
Es ahí donde 2009 –con su trágico paso y los malos ratos que me ocasionó– cobra una importancia inminente en mi vida. Hoy creo
haber pasado de la parálisis, a la reflexión consciente y la planeación de la
acción. No tengo idea de cuáles son los giros venideros y cómo va a terminar
esta historia, pero sí sé que ya recorrí una parte del camino que es
determinante para el futuro. Alguna vez escuché decir a alguien –quizá a mi
terapeuta– que los humanos tenemos la capacidad de construir y aprovechar hasta
nuestros peores momentos, así que aquí voy.
27 de abril de 2014
[1]“ Socialziación” entendida como
“normalizar”, hacernos inmunes al impacto negativo que tiene la violencia en
nuestra vida. Después de estar expuestos a noticias y sucesos, las personas
tendemos a refugiarnos mentalmente y sentir que es algo común. El término no es
muy bien aceptado por algunos escritores –en especial por mi uno de mis
ensayistas favoritos.
[2] Fines de semana que se hacen largos
cuando se mezclan con un día de asueto.
2 comentarios:
Dayanna me gusto y llamo mucho mi atención tu pequeño relato de los sucesos de tu vida. Breve y precisa
Dayanna me gusto y llamo mucho mi atención tu pequeño relato de los sucesos de tu vida. Breve y precisa
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