lunes, mayo 05, 2014

“Dayanna, no regreses a la oficina”


Dos mil nueve fue un año decisivo en las decisiones académicas y profesionales que he tomado en los últimos cinco años y no fue hasta hace unos meses que caí en cuenta de la importancia e influencia que ese año tuvo en mi vida.
Cuando empecé a pensar en mi posible tema de tesis de maestría sabía de entrada que mi interés estaba en el trabajo con jóvenes y las políticas públicas que circundan a este segmento de la población; después de dos años de trabajo de campo no diré que los mejores años de mi vida laboral porque sólo llevo 4 (de lleno) y sería patético hablar de experiencia con ese número, pero sí fueron muy lindos comprobé que en algún momento alguien tomó una decisión muy certera cuando me ofreció el último cargo que desempeñé en un gobierno municipal. Y no me refiero a buena decisión porque hice un buen trabajo en ese respecto, que el que lo conozca o lo pueda rastrear lo juzgue sino a que me dio la oportunidad de descubrir y reafirmar uno de mis grandes intereses y pasiones: los jóvenes y su desarrollo.
Pero volvamos a 2009. No fue ese el año en el que empecé a trabajar con jóvenes –ese fue 2011–; 2009 fue el año en el cual comenzó la escalada de violencia en la Zona Metropolitana de Guadalajara –o al menos así lo sentí yo. Fue un año intenso, difícil de sobrevivir y de muchas sensaciones que no había experimentado antes. Me considero una persona exageradamente racional, capaz de prevenir los quiebres emocionales y de tomar decisiones basadas en la lógica; ese año y su abrupta aparición en mi vida me tomó completamente por sorpresa. La primera vez que sentí la violencia cerca de mí me paralicé: estaba en un focus group en mi universidad y mi celular no dejaba de vibrar; mientras nos hacían una pregunta revisé los mensajes de textos y me alarmé. Habían tirado una granada a unas cuadras de mi lugar de trabajo y de mi oficina querían checar que yo estuviera bien y advertirme que no me acercara al lugar. La imagen en mi mente es un poco difusa después, me disculpé con quien dirigía el focus group y me salí a tomar aire.
Existen muchas cosas que pasan en el mundo que me indignan, pero nunca había experimentado una impotencia tan grande como la que ese tipo de noticias me causan. El shock y mis reacciones emocionales ante los sucesos que ocurrían cada vez con más frecuencia eventualmente se estabilizaron y pasé por el horrible proceso de socialización[1] de la violencia al que muchos de los que vivimos cerca de ella experimentamos. Después de unos meses y de incluir cierta paranoia en mi vida diaria dejé de prestarle atención consciente al tema y mis reacciones ante él.
En 2011 el trabajo con jóvenes se volvió el motor de muchas de las emociones que surgieron en mí, muchos fines de semana y puentes[2] me encontré trabajando por mero amor al arte, sin mucho descanso y sin sentirme exhausta.  Descubrí así, que  a pesar de considerarme muy racional la pasión es un componente esencial del éxito de mis proyectos y es necesaria para que algo capte completamente mi atención. En 2012 mi dinámica laboral dio un giro y me encontré con la oportunidad de mezclar el trabajo con jóvenes con un tema que me atemorizaba y me provocaba indignación; después de muchas reuniones –y de insistir en pedir voz en espacios donde no me habían pedido que participara o diera mi opinión– me gané un lugar en el equipo que trabajaría en la estrategia de prevención del delito del municipio. Ese fue mi primer acercamiento con lo que hasta hoy parece ser el área en la que me quiero desarrollar profesionalmente: la prevención de la violencia entre jóvenes.
            Es ahí donde 2009 con su trágico paso y los malos ratos que me ocasionó– cobra una importancia inminente en mi vida. Hoy creo haber pasado de la parálisis, a la reflexión consciente y la planeación de la acción. No tengo idea de cuáles son los giros venideros y cómo va a terminar esta historia, pero sí sé que ya recorrí una parte del camino que es determinante para el futuro. Alguna vez escuché decir a alguien –quizá a mi terapeuta– que los humanos tenemos la capacidad de construir y aprovechar hasta nuestros peores momentos, así que aquí voy.

27 de abril de 2014



[1]“ Socialziación” entendida como “normalizar”, hacernos inmunes al impacto negativo que tiene la violencia en nuestra vida. Después de estar expuestos a noticias y sucesos, las personas tendemos a refugiarnos mentalmente y sentir que es algo común. El término no es muy bien aceptado por algunos escritores –en especial por mi uno de mis ensayistas favoritos.
[2] Fines de semana que se hacen largos cuando se mezclan con un día de asueto.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Dayanna me gusto y llamo mucho mi atención tu pequeño relato de los sucesos de tu vida. Breve y precisa

Unknown dijo...

Dayanna me gusto y llamo mucho mi atención tu pequeño relato de los sucesos de tu vida. Breve y precisa