Ultimamente he utilizado mucho de mi tiempo en pensar, las circunstancias han sido las ideales para concentrar mi mente en mi forma de actuar, de pensar e incluso de "decir las cosas", sí, decir las cosas, porque no es lo mismo que hablar.
No es casualidad que después de leer o escuchar palabras de lo externo la reflexión se torne a mi forma de ser; no es casualidad que me importe tanto lo que una persona cercana a mí sienta o piense de mi; y mucho menos que esos sentimientos y pensamientos sean todo menos optimistas.
Suelo estar siempre segura de las cosas que digo, hago y pienso; cambio poco, soy egoista lo sé, me lo han dicho tantas veces. Soy fría también, cruel otras veces, demasiado franca para algunas personas, dulce para otras. Creo firmemente que no lastimo con intención, que si algo sucede no es culpa mía, sino de quien malinterpreta o quien esperaba otra reacción de mí sin tener razón alguna. Hoy me hicieron dudar, ya lo decía antes, no es casualidad... tantas palabras externas similares me han hecho reflexionar.
Quizá soy cínica, pero entre más reflexiono más me doy cuenta y la duda desaparece: yo hago y digo sin afán de lastimar, hago y trato de ser coherente y no es culpa mía si alguien esperaba algo más de mí; esas son sus expectativas, yo tengo las mías. Y entonces -como escribió Rosa Beltrán en Alta Infidelidad- "¿A quién debemos culpar de nuestras decisiones?"