miércoles, enero 03, 2007

Excelencia Artificial

Buscar la excelencia no siempre significa obtener excelentes resultados. E implica un gran peso aceptarlo. Esta es la bitácora de un descreído.

La excelencia (del latín excellentia, la “superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo”[1]) y lo excelente (del latín excelens, -entis, lo “que sobresale en bondad, mérito o estimación”[2]) son dos términos contemporáneos usuales en la búsqueda en estos días por sobresalir, distinguirse, obtener el reconocimiento público. Esta tendencia del siglo XX por el reconocimiento y la atención constantes se ha extendido durante décadas, es parte de tu legado frívolo. Como escribe Pablo Fernández,

La fama consiste en que uno es el centro de su sociedad y, así, la sociedad entera debe vivir pendiente y encantada del más mínimo acontecer de los famosos. […] Los primeros famosos del siglo veinte todavía fueron individuos excepcionales o anómalos con respecto a la mayoría, como Al Capone o Albert Einstein, pero ya después, cualquiera podía matar a un Beatle o masacrar a sus compañeritos de clase y con eso ya la hacía, y es que, el siglo veinte,[…] luchó por multiplicar los mecanismos de la fama para que ésta pudiera llegarle a la mayorías, de suerte que al final ya no se requería ser anómalo ni excepcional, ni talentosos ni simpático ni siquiera guapo para aspirara con buenas posibilidades a ser alguien.[3]

Sin duda los tiempos cambian: en la época de Aristóteles y los grandes filósofos griegos, y durante los años siguientes hasta llegar al siglo XVII, quizá incluso unas décadas después, la medianía estaba de moda, sobresalir era vulgar y mal visto. Hoy es todo lo contrario, o por lo menos para ti, ser mediocre no te basta, incluso te molesta. Ser mediocre, del latín mediocres, significa definirte por tu “calidad media, de poco mérito, tirando a malo”[4]. Definitivamente entiendes por qué no es de tu agrado: parece que desperdicias tus capacidades, tu inteligencia, tus fantasías a futuro. ¿Arrogancia? Aunque te empeñas en creer que no, es imposible autoengañarte porque es la continua definición de tu persona. Quizás eres un arrogante sin mala intención y piensas que es tan sólo un proceso natural donde muestras tus facultades y, por lógica, haces que todo el mundo las note. Lo ilógico sería que los demás no lo notaran. Debiste haber estudiado mercadotecnia: te vendes tan bien que hasta tú te tragas el cuento.

Por alguna razón percibes que la sociedad exige en demasía: para ser bien visto en estos días tienes que ser un excelente creyente (no entrarás al reino de los cielos comportándote como un tibio[5]), un inmejorable hijo, un sobresaliente estudiante, un relevante ciudadano, un destacado buen profesionista: tienes que ser el ejemplo. No basta con ser simplemente bueno en cualquier cosa, sino el mejor. De repente te das cuenta que tienes tan interiorizado este discurso de excelencia que ya no sabes hacer las cosas de otro modo.

Un día decides ser un mediocre, un individuo medio, un tibio; decides no esforzarte, mandar todo a la fregada. Te reconoces fastidiado, cansado, dispuesto al desgano práctico y al abandono académico… pero te dan las 3 de la mañana terminando y perfeccionando un trabajo para el día siguiente. ¿Qué no estabas harto? ¿Y el cansancio emocional y el desencantamiento académico? Descubres que, pese a tus deseos de abandono y ruina, simplemente no puedes dejar de presentar tus deberes, te es imposible dormir sabiendo que tu trabajo no está bien hecho, o peor tantito, no está siquiera terminado. Cuando decides no entregar un trabajo, das vueltas en la cama y despiertas cada 15 minutos hasta que te levantas, lo terminas y duermes por fin tranquilo. Aún no puedes determinar si esta exigencia interiorizada es una cualidad o defecto de tu persona (generalmente todos te dicen que es lo primero). Para no agobiarte terminas aceptándolo como parte de ti: si ya lo tienes mejor sacarle provecho.

Te preguntas por la naturalidad con que otros sí pueden dejar de hacerlo. ¿Por qué tienes tú que buscar ser mejor en todo? Te analizas, lo piensas una y otra vez, te quiebras la cabeza y te descubres sumergido en una crisis existencial que no tenías planeada –como si se planeara alguna– para la cual no es el momento oportuno – ¿cuándo lo es?

Te sumerges en tus memorias: ¿dónde nace esa presión de la excelencia constante, a todas horas, en todos tus proyectos? Empiezas por hacer un recorrido por tu niñez y recuerdas una frase de tus padres: “Lo importante es aprender, no la calificación”. Entonces te tranquilizas: ellos no son los causantes, pero enseguida llega a tu mente otro recuerdo: “Sabes que tienes la capacidad, úsala”. Aunque no te lo exigen directamente, tus padres solían esperar de ti lo mejor, a pesar de que confiaban por entero en “tu criterio”: “tú sabes lo que es mejor para ti”. Y entonces descubres las delicias del chantaje psicológico para insertarte el discurso del empeño constante y la realización óptima de todos los deberes. Luego, no te resultó complicado cantar en la primaria a todo pulmón el “Himno a la excelencia”.

Divagar sobre la aparente calidad de tu desempeño tiene sus ventajas, descubres pormenores de ti que habías olvidado o quizá nunca te habías percatado de su existencia. Piensas un poco más en aquel himno y lo único que logras recordar son tres palabras pavorosas: “líderes de excelencia”; recuerdas la euforia que sentías al cantarlo, enajenado, alienada, y te das cuenta de que, aparte de la vapuleadora “presión social”, existe un gusto enorme que viene de ti, tanto que por años te dedicaste a leer libros sobre el tema, a buscar información acerca de cómo expandir tu mente y alcanzar niveles de concentración superiores a los distintos estándares. En tu búsqueda casualmente pasaron por tus manos materiales de superación personal, liderazgo y, por supuesto y con vergüenza, libros de Miguel Ángel Cornejo, los cuales nunca pasaste de la segunda página por aburridos. Metido en el tema, tienes una regresión donde hablas animadamente con Og Mandino. Los ochenta están de moda.

¿Por qué este gusto por la excelencia? ¿Qué ganancia placentera obtienes? Recuerdas una plática entre tú y un amigo en el trayecto de la escuela a tu casa, una tarde calurosa y una plática sustanciosa. Esnobistas o no, siempre les ha gustado jugar a filosofar y platicar “profundamente”. “Todo lo que vives, oyes, lees y ves te marca”, él tenía razón, de todo te queda ciertos residuos, un poco siquiera. De tu euforia por aquel himno y tu gusto lascivo por la excelencia se deriva tu personalidad exigente. Ahora sólo te falta definir qué te provoca.


Con el paso de los años, y la suma de los errores, detectas un crecimiento en la necesidad de atención y reconocimiento. Siempre te juraste una persona muy segura: aterrizar duele. Por primera vez consideras la mediocridad como una opción, ¿tirar la toalla tiene sus ventajas?

Cuando consideras la medianía no estás seguro si te quieres por lo que eres o por lo que haces. Aunque te exiges cotidianamente, parece que el producto de tu esfuerzo con frecuencia es “poca cosa” y que, peor aun, tus obras son grandes y el reconocimiento es mínimo. Te encuentras atrapado en un triángulo vicioso: buscas la “calidad”, proyectas arrogancia y escondes inseguridad y problemas con tu autoestima. Y aún sigues presentándote como una persona segura: aunque tardaste años en decidir tu propio estilo en la forma de vestir, hablar, escribir y peinarte, y aún tienes dudas en los resultados; a pesar de que pareces una persona totalmente dependiente de la aprobación ajena y encuentras muy cómodo vivir a expensas de sus opiniones: que ellos elijan la cena, la película, el atuendo de la fiesta, el tema del trabajo.

Hace pocas semanas vivías en un mundo donde eras El Centro. Hoy no sabes dónde estás situado, en qué ángulo, qué periplo inicias o terminas: has perdido el control sobre tu vida. ¿Mediocridad? ¡Te está invadiendo, te estás contradiciendo! Siempre te retas y te pones a prueba por gusto y diversión, tanto esfuerzo de todos estos años no debería ser en vano; nunca dejas un asunto pendiente y sin terminar, ni siquiera cuando se trata de asuntos aburridos o trabajos tediosos.

Recapacitas: la idea de mostrar tus habilidades para servir a los demás te sigue gustando. “No existe acto desinteresado”, te lo han repetido tantas veces. Sabes que es cierto, no por nada decidiste estudiar a fondo la tradición racional-utilitaria en clase de sociología. Sin embargo te suena romántico el altruismo. Yo no digo que tus intenciones no sean las mejores pero, en el fondo, más que ayudar a los demás quieres que la gente sepa acerca de tus capacidades de ayudar a los demás, que te lo reconozcan, que alimenten tu ego. Y creías que no eras arrogante. ¿Ahora sí te das cuenta?

Cómo si no fuera mucho ya el hecho de creerte superior, te empeñas en clasificar a las personas según su comportamiento de una forma muy subjetiva. Entre tus categorías se encuentra el flojo vale madrista, aquel que neta no le importa nada y le da igual todo. El mediocre total, el que hace poco, se esfuerza lo mínimo y se conforma con cualquier cosa. El conformista o niño promedio, muy parecido al mediocre, pero lo jerarquizas más alto porque es una persona “común y corriente” que hace las cosas bien a secas, se esfuerza poco, hace lo que tiene que hacer y punto. El hacedor humilde, en realidad no conoces a ninguno, pero sueñas con serlo algún día –vaya que salen a flote tus tintes cursis en tiempos de crisis–, es aquél que se esfuerza, hace todo muy bien hecho, busca entregar un trabajo empeñoso, pero no busca el reconocimiento público, le da crédito al equipo y se deslinda de todo elogio. ¿Cuento altruista? Probablemente. El perfeccionista –aunque no te gusta aceptarlo, es tu favorito- es el que busca la excelencia, pule detalladamente todo lo que hace; con frecuencia, suele quejarse de todo lo que hace o tiene que hacer para que la gente valore más su esfuerzo, alimenta su ego mostrando sus logros y buscando el reconocimiento de la gente que le interesa, y de la que no también, después de todo repercute en su búsqueda de estima.

Fuera de esta clasificación tienes dos categorías que aplicas frecuentemente: el arrogante, el que es un sangrón, mamón y creído –son los sustantivos inherentes– que ni siquiera tiene razón de ser porque, por lo general, no tiene algo que presumir; y el pagado, que es pretencioso y se cree merecedor de todo, presume de sus atributos, los exalta exageradamente y se asegura de que toda persona se entere de su perfección que en realidad no es tanta.

El origen y el por qué de tu gusto por la excelencia entonces parecen estar resueltos: “es que soy un perfeccionista, eso es todo”. Te defiendes: Ser perfeccionista y arrogante después de todo no es tan malo si lo llevas a cabo cómo una forma de vida y no lo haces solamente por posar. Así que te cae el veinte –la certeza, la revelación– cuando recapitulas que existen dos tipos polarizados de excelencia.

La excelencia artificial o forzada implica una serie de esfuerzos y exigencias que no van más allá de lo normal. No importa tanto el proceso, sino el resultado: qué importa si aprendes o no, lo que cuenta es tener siempre cien de calificación o números casi perfectos en todas las materias, a través de los medios que sean. Aquí se encuentran los mediocres vanidosos, los que no se permiten tener notas malas pero tampoco disfrutan del aprendizaje. Algunos ejemplos podrían ser los macheteros, que un día antes del examen se aprenden de memoria los apuntes con todo y puntos y comas. Son los mismos que le lloran al maestro cuando sacan 99, esperando que les regalen una décima nomás por “bonitos”. También entran aquí los tramposos y copiones más hábiles que existen: no tendrán muchos conocimientos, pero eso sí, una vista impresionante y una gama de artimañas y coartadas perfectas para salirse con la suya. El practicante de esta excelencia es ambicioso, por supuesto, pero de títulos y elogios, mas no de aprendizajes.

Este tipo de excelencia en los resultados es la que opaca a una verdadera cultura del desempeño, la que se fija en libros vendidos y no en buenas historias, en currículos en vez de poemas y prefiere la cantidad a la calidad. El hecho es buscar reconocimiento y títulos entregando poco o nada a cambio. ¿Por qué llamarle a esto excelencia? Si revisas el significado del término, la actuación de estas personas no concuerda con la naturaleza del concepto y, por desgracia, una creencia en el valor relativo de los títulos suele traducirse como signo reduccionista de excelencia. Gabriel Zaid lo describe con bastante fortuna:

Lo importante de un poema importante es lo que dice y cómo lo dice, no el currículo del autor. Pero cada vez más se leen currículos, no textos. En las solapas de los libros, en las reseñas, en las entrevistas, en las presentaciones ante el público, los textos no aparecen como experimentos de lectura, como experiencias dignas de ser vividas por el lector, sino como hitos en la carrera de éxitos del autor. Los homenajes no consisten en crear la situación necesaria para que se escuche la obra, sino en construir mausoleos para enterrarla viva, bajo una letanía que enumera sus éxitos: para que se escuche el obituario.[6]

No conforme con ser mediocre y falsa, la excelencia artificial está de moda, Pablo Fernández la llama simulacro: “sólo lo que ‘parece’ existe; lo que ‘es’, no. Como dijo Jean Baudrillard, hay algo más real que lo real, y es el simulacro.

El simulacro es una realidad sin conexión con la vida, sin sustento ni sustrato, como si siempre se estuviera posando, al grado de que la pose es la única espontaneidad que queda.”[7] Si todo se transforma una gran farsa es lógico que se prefiera la cantidad en vez de la calidad: la cultura se industrializa, se vuelve un proceso monótono que produce en series. “Ya no se usa eso de que los cantantes canten, los intelectuales piensen, el público vea, las noticias sucedan y la gente viva su vida. Eso era demasiado realista.”[8] Ni siquiera en los académicos y los científicos se usa el trabajo arduo, encuentras entre tu lista de maestros conocidos un sin fin de sujetos con títulos, maestrías, diplomados, doctorados y una experiencia laboral impresionante y sus clases son malas, no dominan los temas y mucho menos les interesa compartir sus escasos o múltiples conocimientos.

Si todo es un simulacro y lo real no existe, ¿qué queda entonces? Vivir una vida llena de embustes donde juegas a cambiarte de careta según la situación, pavoneando por el mundo entero logros que en realidad no te costaron el precio verdadero, si no que los agarraste de oferta en un bazar de quinta llamado “el que no tranza no avanza”. No hay una senda segura aquí que te lleve a la satisfacción, son puros atajos que en realidad te alejan de tus objetivos.

El que miente tarde o temprano cae. Aún existen los buenos jueces, los buenos textos, los amantes del atrevimiento cualitativo; todavía hay intelectuales, pintores, escultores, maestros, estudiantes, profesionistas, amas de casas y personas de todo tipo que creen en el esfuerzo, que buscan en verdad ser mejores y que aprecian el trabajo arduo. Si decidiste posar y te encuentras con un individuo de estos chocas contra pared, se te cae el teatrito y ni todos tus títulos, cursos y diplomas pueden sostener tu engaño.

Cuando se te cae el telón y el escenario sostenido por mentiras queda al descubierto, te quedan pocas opciones sobre la mesa: te desplomas y derrotado te aíslas, te aferras a tus ficciones o te da coraje. Sí, coraje, una palabra antigua (courage) muy interesante y compleja. Frecuentemente se cree que se trata solamente de ira, enojo pero el coraje es, aparte de irritación, “impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo, valor”[9]. Raymond Linquist pensaba que el coraje es el poder de abandonar lo conocido. ¿Ves lo interesante del término? Coraje implica tomarte la molestia de reaccionar ante algo que no te gusta y tener el valor de enfrentarlo. El coraje te obliga a dejar la zona de confort. Para emplear este vocablo puedes tomar dos brechas: el daño, lo improductivo, la violencia, la destrucción sin beneficios reales, el odio y todas esos sentimientos y acciones que te inmovilizan, o bien, tomar el principio de destrucción creadora, deshacer para reconstruir, reconocer tus errores y sacar energía de tus adentros para superar y cambiar tus actitudes.

Para contrarrestar los daños del esnobismo en el desempeño cotidiano, se encuentra la excelencia natural o asumida, una forma de vida muy peculiar, derivada de los gustos de la persona y la formación que ha tenido. Es buscar la excelencia en todo: relaciones personales, la escuela, el trabajo, los deportes, como hijo, como miembro de distintos grupos. Implica trabajar con calidad aun cuando ésta no sea un sinónimo de cantidad y los resultados no sean siempre excelentes o los consumidores no lo aprecien. Es un nivel de vida exigente pero cómodo hasta cierto punto. Es una versión que acepta los errores, pero también los asimila, los reconoce como parte de un proceso –siempre se puede recurrir a la coartada de que son “áreas de oportunidad” que se están trabajando. Hasta cierto grado eufemismo y políticamente correcto, es un concepto y sistema de protección muy efectivo: dejas ver que tienes errores, que no eres perfecto, pero a la vez los vuelves presentes y tienes el coraje para combatirlos, tienes “oportunidad” en la esperanza presente que es el futuro. Y aquí recurres al coraje y la excelencia natural.

Porque este tipo de excelencia asumida negocia con tu forma de ser y es flexible, busca dar lo mejor de ti sin que esto signifique sacar cien en todo, entregar los mejores ensayos, ganar concursos, obtener el mejor puesto de trabajo, conseguir obligadamente una beca. Si lo anterior se logra, bienvenido sea: a quién le dan pan que llore. Aunque parece ser que predomina ser excelente por el reconocimiento, tu naturaleza imperfecta, que no se tienen habilidades para todo y que la excelencia no precisamente implica ser el mejor, sino focalizar tu esfuerzo, optimizar tu coraje, entregarte al proceso, disfrutarlo la búsqueda de los mejores resultados, aunque el diploma no necesariamente aparezca. Más que resultados excelentes tienes la opción de una vida excelente, que se refleje en tu salud mental, en tu calidad real de vida. Ser excelente no te obliga a sobresalir en todo, sino a llevar una vida donde no haya cabida para las frustraciones y el agobio paralizantes.

¿Vuelven los problemas de inseguridad ante asumir la medianía? En realidad, empiezas a darte cuenta de dónde realmente situarte. ¿Recuerdas la palabra clave? Aquí es donde el coraje se vuelve interesante. Retomando lo escrito con anterioridad: “tomar el principio de destrucción creadora, deshacer para reconstruir, reconocer tus errores y sacar energía de tus adentros para superar y cambiar tus actitudes.” ¿Entiendes el mensaje? La excelencia artificial puede desplomarse en un dos por tres, y puedes levantarte de esa caída buscando alcanzar la excelencia natural. ¿No se te había ocurrido antes? De repente todo hace clic, el abatimiento por rendir al máximo te pesa de pronto menos. Es posible que siendo un esnob y un pretensioso que se preocupa por su imagen ante los demás más que por sus obras, se convierta un buen día en un amante de una calidad de vida de alto desempeño lógico y no agobiante.

El proceso no es tan sencillo como suena: primero viene la aceptación de que un fracaso potencial no es el fin del mundo, como todo vicio tienes que darte cuenta de tu problema y superar los delirios de la abstinencia; después viene la ira, el enojo contigo mismo, a veces buscas responsabilizar a otras personas; luego llega la reconciliación con tu persona, empiezas a disfrutar las alternativas; por último, decides cambiar, tu coraje empleado de forma positiva te impulsa y te sostiene. Ya no serás un imbécil más intentando apantallar sin bases que te sostengan, probablemente incluso dejes de ser un imbécil y te conviertas en una excelente persona asumida, o quizá simplemente sigas siendo un imbécil, pero uno que vive de la excelencia y de la buena, la natural.


Bibliografía:
Diccionario de la Real Academia Española (octubre, 2006) Disponible en: http://www.rae.es/
Fernández, Christlieb Pablo, “El Siglo Veinte: la abstractez, el caprichismo y la famitis”
Zaid, Gabriel (abril 2000), “Calidad y Relativismo”, Letras Libres, http://www.letraslibres.com/index.php?art=6272
Fernández, Christlieb Pablo “Siglo XXI: Los simulacros, los cinismos y los incrédulos”, Memoria, no. 167, enero 2003
____________________________________________________________________________
Notas
[1]Diccionario de la Real Academia Española (octubre, 2006) Disponible en: http://www.rae.es/

[2]Ibíd.
[3]Fernández, Christlieb Pablo, “El Siglo Veinte: la abstractez, el caprichismo y la famitis”
[4]Diccionario de la Real Academia Española (octubre, 2006) Disponible en: http://www.rae.es/
[5]Término utilizado por la Iglesia Católica para nombrar a los fieles a medias, los que son católicos de palabra pero a la hora de los actos prefieren lo material y mundano primero que lo divino. Pretenden alcanzar el cielo sin dar a cambio ningún sacrificio.
[6]Zaid, Gabriel (abril 2000), “Calidad y Relativismo”, Letras Libres,
http://www.letraslibres.com/index.php?art=6272

[7]Fernández, Christlieb Pablo “Siglo XXI: Los simulacros, los cinismos y los incrédulos”, Memoria, no. 167, enero 2003
[8]Ibíd.
[9]Diccionario de la Real Academia Española (octubre, 2006) Disponible en: http://www.rae.es/

22 comentarios:

Brenda dijo...

me encanto esta frase
“tomar el principio de destrucción creadora, deshacer para reconstruir, reconocer tus errores y sacar energía de tus adentros para superar y cambiar tus actitudes.”

dayanna* dijo...

me preguntaba si la gente leería un ensayo hecho post tan largo =), la frase es chida =D

Lesan Mora dijo...

gracias por nominarme. Y por las palabras que dijiste al hacerlo. Me alegraste el comienzo del año.
En cuanto a lo de si un post es largo o no. No importa si la historia interesa.
besos

Anónimo dijo...

yo tmb pensaba eso dayanna xD.. pero yo ya lo lei xD

dulce dijo...

Excelnte ensayoooo (Y)
debo de confesar que al principio no iba a leerlo pero despues de una par de reinglones interesants, me lo avente....
muchas frases como la que menciona brenda, saltan a la vista, casi nos gritan "eeeyyyy ponte las pilas y se quien eres"

muy buen post para empezar el año =)

Angel dijo...

La verdad desde anoche estaba leyendo tu artículo y me parece relamente interesante, inteligente y no deja cabos sueltos. Acompañas tus palabras con fuentes bibliográficas que apoyan tus ideas. Leyedo tu artículo (cas devorando)me doy cuenta que compartimos muchos conceptos, rememoré viejos tiempos y también lo comparo con mi actualidad. Hoy que ando medio depre el concepto de excelencia me pegó mucho, ya que aunque pongas todo tu esfuerzo al hacer algo, muy pocas veces te sientes satisfecho y dices "lo pude hacer mejor".

En cuanto a las actividades desde el punto de vista de los demás, en ocasiones aunque tenemos la cetreza de que nuestro producto tiene "calidad", la sociedad piensa lo contrario y pasa desapercibido nuestro empeño, y cuando hacemos las cosas de una manera libre y sin ataduras nuestro trabajo es exaltado por alguien y nos parece sorprendente, simplemente es cuestión de enfoques.

Dayanna*, te felicito y sigue adelante, Mucha Suerte!!!!

PD. Gracias por tomarte el tiempo de responder las preguntas de mi post.(Si tienes oportunidad lee mi mensaje) Recibe también un saludo de Silvia Macario.

Queen dijo...

aaaaaaai ke verguenzaaaaaaaa yo solo llegue como a la cuarta parte....

Shadow dijo...

uoraleee, me gusto el ensayo en verdad que uno deberia de pensar si todo es realmente como se supone que debe ser..tssss

gracias por enviarme sus vibras niña ya ando mejor

dayanna* dijo...

lesan: grax por el comment =) te contesté en tu blog.

héctor: iac q lo leíste grax bro =)

morgana: muchas gracias, q bueno q te gustó..

angel: desde q di tu con tu blog me di cuenta q compartíamos muchos puntos de vista, leer tus comentarios y tus posts siempre es un honor.. al igual q ponerte comments.

queen: no seas floja y termínalo

niño bomba: me da mucho gusto q estés mejor y me agrada saber q te gustó el ensayo =)

Alfonso dijo...

A leer libros nenes.

Saludos Dayanna tengo una mercancía para ti, de parte del JOTOEME.

dayanna* dijo...

jaja era para los lectores o para mi? iac q tienes algo para mí, estoy en gdl ya, mándalo a huat por mayitos si quieres y q luego me lo mande mi mamá..

Àngello dijo...

yo soy un inbecil exelente, porque mis imbecilidades han tracendido a mi propio concepto, jajajaja, esa ultima parte me gusto.

saludos amiga.

Real Academia Internacional de los Blogs dijo...

No he podido acabarlo, debe ser a causa de mi mediocridad, jejeje
En la RAIB estamos votando el Gran Premio de la academia, pasate y vota si tienes tiempo.

Enrique dijo...

Tuve que elegir entre leer tu post y leer un libro de Derrida, al último me dió hueva y leí el tuyo pero en cachitos.

Anónimo dijo...

te recomiendo que leas o veas una movie de Guy deborn, la sociedad del espectaculo, creo que te interesara son obras viejas pero muy acorde con tu ensayo, bueno con algunas partes...

Anónimo dijo...

eii ya escribe algo ya me enfado este post

Unknown dijo...

Me preguntaba si el tal Pablo Fernández era pariente del Perrito Fernández... ese que dice que es el aventurero y el mundo le importa poco... ¿será?

dayanna* dijo...

jajajaja lo dudo, después del fernandez tiene un apeido medio raro.. te gustó el ensayo?

Anónimo dijo...

Te soy sincero: no tuve tiempo de leerlo, pero me llamó la atención eso del tal Fernández jaja, saludos, ya postea algo nuevo! (y más chiquito)

Silvia Macario dijo...

Hola Dayanna: Espectacular este texto(lo único que demoré mucho para leerlo por mis ojitos tan miopes).
Es tan real todo lo expuesto. Vivimos en el mundo de la apariencia, donde el ser real se ha perdido.
Vivimos en un mundo cuantitativo, donde los mediocres sólo pueden apreciar el más del menos, y no lo mejor o peor, que es cualidad de los temperamentos brillantes.
Vivimos en un mundo, donde valen más los beneficios económicos de las guerras, que las vidas que allí se pierden.
En una palabra... Un mundo de mier...
Pero yo al menos estoy convencida de que algo aún podemos hacer para cambiarlo.
Nuestros blogs son nuestros humildes aportes a esa causa.
Un beso muuuy grande, y te felicito.
Me gusta mucho tu blog. (El dilema para mi es la letra pequeñita, jaja, Qué va a ser! Me agarró medio viejita la ciber era.
Gracias por comentar en escaleras.
Te espero por el de adultos, como dices, esta chiiido. jajaja
Otro beso,
Sil

Anónimo dijo...

Y tú que no le tenía fe a este ensayo, descreída. Supongo que lo que te agrada es la reiteración de tus capacidades.

dayanna* dijo...

a caón, yo no le tenía fe? mmmmm entonces nunca hubiera tratado de meterlo al concurso... no sabía si lo iba a lograr antes de.. pero ia q lo tenía si le tenía fe.. i si eres quien creo fue gracias a ti q lo logré =) i si no pues bueno jajaja