Es veinte y tantos de enero, desde el primer día del mes -y del año- se paseaban por mi mente un par de pensamientos que hasta hace unos minutos pensé que nunca escribiría aquí.
El dos mil trece acaba de terminar y el primero de enero de dos mil catorce me cayó el veinte de un montón de cosas que han cambiado en mi vida en unos meses y que por alguna razón no había dimensionado: Empecé el año en un país lejano al mío, celebré con miles de personas la llegada de un nuevo año de la forma que menos pensé que lo celebraría un año antes: juegos artificiales, bebidas, música, amigos y un montón de idiomas a mi alrededor... Una noche increíble y a la mañana siguiente un pensamiento extraño, ¿dónde estoy? ¿cómo llegué aquí? (nótese que estaba en mi casa, en mi cuarto y sin un extraño a mi lado)
Dos mil trece fue un año de aprendizajes y decisiones. Por primera vez en muchos años le permití a mi corazón sentir sin cuestionamientos, corrí los riesgos, asumí las pérdidas y disfruté las ganancias. En el ámbito profesional conquisté espacios, exploré posibilidades y un día puse a prueba mis miedos y con pasos pequeños salí de mi zona de confort sin mirar atrás hasta que un día desperté y vivía en otra ciudad, en un país al otro lado del mundo.
Mi nuevo año empezó unos meses antes, el veintidós de septiembre de dos mil trece, cuando terminé un viaje de 18 -horribles- horas que me trajeron un dolor de estómago que duró una semana. Mi vida tomó forma cuando decidí quién quería ser a partir de ese momento y las metas que la nueva etapa traerían a corto plazo -por lo pronto. Dicen que cuando uno se va a vivir a otro lugar cambia: por las experiencias, la gente que conoce, la gente que deja, el contexto, pero sobre todo porque tenemos la oportunidad de reinventarnos y decidir qué parte de nuestra personalidad queremos mostrar esta vez.
Los primeros meses de mi nueva vida fueron duros: vivir en la ciudad más increíble del mundo, estar rodeada de gente brillante, saber que estoy en el lugar correcto y aún así sentirme extranjera. Y no por el idioma, el país o las costumbres, sino por estar fuera de la zona de confort: de la nada en cuestión de semanas ya no era yo la persona que tenía las respuestas, muchas veces ni siquiera era quien tenía las preguntas. A eso le podría sumar la dificultad de volver a un salón de clases, ser estudiante de tiempo completo, dejar de tener un sueldo y acostumbrarme a tener asignaturas que entregar en tiempos marcados por alguien más sin derecho a negociación.
Dos mil catorce llegó sin que me diera cuenta de que habían pasado ya casi cuatro meses desde el inicio de los cambios. Debo confesar que incluso me tomó un poco por sorpresa. Hasta ahora, los planes suenan bien, mi vida empieza a tener forma de nuevo y la idea de volverme a reinventar en unos meses palpita fuerte en mi mente y corazón. Aún no sé qué adjetivos calificarán este año, dejaré que los meses decidan, que se acomoden y que me sorprendan una vez más.