Pensé que era el sol, que hacía arder mi piel y evocaba sensaciones, pero descubrí que no. Quizás entonces las olas con su ir y venir, con su tronido constante y su sonido espumoso, pero tampoco lo fueron. Sentí la arena exfoliar mi cuerpo y descubrir células y tejidos que pocas veces noto pero tampoco eso me transportó. Caminé hacia el agua y mi piel se erizó con las gotas frías que me salpicaron. Cerré los ojos, sentí el viento, respiré hasta llenar mis pulmones y contuve el aire, me di cuenta que tampoco era lo que buscaba pero que se sentía bien.
No es el mar, ni leer acostada en la arena, no es su olor, ni sentarme a meditar en la playa lo que me da paz. Es un estado mental, es la ausencua de él, del mundo y la falta de estrés lo que me tiene tranquila. Podría ser aquí o en un parque, podría lograrlo en mi cuarto o caminando en la calle.
No digo que el contexto no importe, sin duda facilita pero no lo es todo. El verdadero trabajo es de la capacidad de desconectarme, de abrir el puño, relajar la frente y desapretar la mandíbula.
No es el mar, ni leer acostada en la arena, no es su olor, ni sentarme a meditar en la playa lo que me da paz. Es un estado mental, es la ausencua de él, del mundo y la falta de estrés lo que me tiene tranquila. Podría ser aquí o en un parque, podría lograrlo en mi cuarto o caminando en la calle.
No digo que el contexto no importe, sin duda facilita pero no lo es todo. El verdadero trabajo es de la capacidad de desconectarme, de abrir el puño, relajar la frente y desapretar la mandíbula.
21 de marzo de 2011
tomando el sol en Peñita
tomando el sol en Peñita