domingo, marzo 21, 2010

Afuera

Tenía 12 años cuando vi por primera vez a través de la ventana. Crecí con la idea de que las ventanas eran de mal gusto, que mirar al exterior era añorar algo que nunca tendría y que no valía la pena.

Por lo general mis cortinas estaban cerradas, a veces las corría un poco para dejar pasar la luz, en otras ocasiones me conformaba con la llama de la vela encendida en la esquina derecha de la habitación.

Esa mañana desperté con los rayos de sol en mi cara. Abrí los ojos malhumorada y me levanté. Mi intención no era asomarme, sino cerrar la cortina; todavía esperaba dormir un par de horas más. No sé si fue la luz incandecente que emanaba del sol lo que atrapó mi mirada o ese azul del cielo que jamás había visto. Tuve una sensación muy extraña: mi mente me decía que debía alejarme de ahí pero mi cuerpo no respondía, las imágenes que llegaron a mi cerebro eran más fuertes que la razón.

Desde ese día me siento todos los días en este sillón. Han pasado ya 20 años desde la primera vez que me asomé hacia el exterior. Todos los días añoro poder vivir en ese mundo. A toda hora me pregunto qué hice en mi vida pasada para merecer este castigo.